YO SOY Confucio y me presento a través de
esta mensajera.
He venido a ofrecerles una exhortación concerniente a la
ciencia de la Sabiduría Divina. Muchos cientos de años han pasado desde el
tiempo de mi última encarnación en la Tierra y me siento feliz de contar con
esta oportunidad para expresar algunas palabras de esta Enseñanza a una
apreciada audiencia. Siempre es más valioso escuchar las palabras desde la fuente
primaria que confiar en una reinterpretación de las palabras hechas por
aquellos que piensan haber logrado un alto nivel en la cognición de la Verdad.
Sin embargo, dichas personas solo se hallan al borde de la cima de la Sabiduría
Divina y las vanidades de la vida desvían constantemente su atención y no les
permite dar un paso más en dirección de esa cúspide. Confío en que esto no
sucederá con los que estén leyendo estas líneas. Ustedes podrán desviarse por
algún tiempo de la ilusión en vuestro entorno y concentrarse en las Verdades
inmanentes que no se hallan conectadas con vuestro tiempo, país y medio
ambiente. Traten de concentrase en los latidos del corazón. Escuchen vuestra
respiración. Inhalen… Exhalen… El funcionamiento de vuestro corazón y vuestra
respiración no está conectado de manera alguna con el país de residencia. No se
conecta con vuestro papel en la vida. Lo mismo puede decirse acerca de la
Verdad Divina. Existe por sí misma y no depende de vuestra conciencia o de
vuestros pensamientos. Así entonces, ¿cuál es el sentido de vuestra vida si
este mundo puede seguir funcionando perfectamente sin vosotros? ¿Se han
formulado esta pregunta? ¿Se han preguntado a sí mismos cuál es el propósito de
vuestra existencia? Supongo que dicha pregunta ha sido cuestionada por lo menos
una vez en sus vidas. Para muchos, este planteamiento surge de un modo tan
persistente y tan frecuente que la búsqueda del sentido de la vida los ha
desviado literalmente del sentido mismo de la vida. Ustedes tienen razón, Mis
Amados, es una tarea dignificante – entender por qué están viviendo y por qué
el existir de todo vuestro mundo circundante. Este cuestionamiento fue mi
obsesión durante la época de mi encarnación. Transcurrieron días sin poder
hallar un lugar para mí mismo, tratando de responder a esta pregunta una y otra
vez. Yo fui un creyente y un adherente del sistema de perspectiva mundial
corrientemente aceptado en el mundo circundante de ese entonces. Y solo fue
sino hasta que supe que ese sistema de perspectiva mundial había sido creado
por gente similar a mí. En tanto iba haciéndome más viejo, entendí que no era
perfecto y que cualquiera de mis pensamientos se tornaba imperfecto, incluso
antes de que los expresara. ¿Por qué era imperfecto? Y ¿por qué no podía yo superar
esta imperfección pese a mis esfuerzos? ¿Son estas preguntas familiares a
ustedes? ¿Se han hecho cuestionamientos similares? Con el transcurrir del
tiempo, la respuesta a esta pregunta se convirtió en la base de mi sistema de
enseñanza, enseñanza que ofrecía a todos aquellos que deseaban convertirse en
mis discípulos. Claramente entendí que dentro de mí había una Parte Superior,
la cual era más perfecta. Podía mancomunarme con ella. De hecho, supe que quien
impedía manifestarse a mi Ser Superior era yo mismo y no alguien externo a mí.
Creía que todas las criaturas vivientes y yo mismo habíamos sido creados a
imagen del Dios que había creado este mundo y que su posición en el Universo
era muy superior a la nuestra. Todos nosotros estamos interconectados con El y
conformamos una Unidad indisoluble con El. Entendí, precisamente, puesto que yo
tenía un Ser Superior, también el Creador del Universo debía tener Su Ser
Superior propio y sus Seres Inferiores propios. Y Su Ser Inferior no es otra
cosa que el Yo encarnado. El Ser Inferior de El soy YO junto con todas las
demás criaturas vivientes encarnadas y toda la Tierra que pueda contemplarse.
Todos nosotros representamos al Creador encarnado. Y El mora en nuestro
interior. El está creando y conociéndose a través nuestro. El está conociéndose
a Sí mismo a través nuestro y a través de cada una de las criaturas vivas.
Todos nosotros somos Sus células y vasos sanguíneos. Todos nosotros conformamos
Su Cuerpo y todos estamos interconectados entre sí y con El. Todo lo que nos
separe de nosotros mismos y de la Unidad con El habrá de corregirse. Por lo
tanto, enseñé y continúo enseñando ahora una sola cosa. Invito a cada uno de
ustedes a trabajar sobre esa parte que les impide permanecer unidos con el
Creador. Trabajen sobre esa parte de vuestro ser que los separa del estado de
completa unidad con Dios, el Creador, Atman y la Razón Superior. No importa la
denominación que den a dicho ser, esa parte de ustedes quienes son en realidad.
Ustedes no pueden hacer el trabajo de alguien más ni alguien más puede hacerlo
por ustedes. O quizás alguien lo haga por ustedes, pero solo si se viese
forzado a trabajar por ustedes u obedecer sus órdenes. En ese caso, si dicha
persona hiciese el trabajo por ustedes, sería igual aplicando la fuerza bruta
que la fuerza de las leyes escritas por ustedes. Pero, si tratasen de hacer
latir a su corazón dentro de su cuerpo o bombear la sangre a los pulmones a
través de sus vasos sanguíneos, su intento solo conduciría al fracaso. Pero si
recurrimos a la historia, observaremos que toda la historia está llena de
eventos en los cuales, por un lado, algunos pocos forzaron a otros a obedecer
sus órdenes y, por otro, éstos tuvieron que obedecer a los primeros. Por esta
razón, se han pagado guerras y la injusticia ha sido manifiesta en este mundo.
Pues la base de toda injusticia ha sido siempre el deseo del individuo por
hacer algo a su propio estilo. Así entonces, retomemos el tema sobre nuestra
propia imperfección. Cuando era joven, realmente creía que podía inspirar al
mundo a cambiar solo a través de mi ejemplo y valiéndome de mi persuasión.
Desplegué un gran esfuerzo y energía tratando de persuadir a mis chelas sobre
cómo debían actuar y comportarse. Pero faltaba la fortaleza de persuasión para
que los chelas actuasen en la forma que yo consideraba razonable. Luego, empecé
a actuar junto con los chelas que aceptaron mi sistema de persuasión. Sin
embargo, todavía carecía de fortaleza personal. Créanme. Yo hice todos mis
mejores esfuerzos tratando de persuadir a mis chelas, solo para que me
escuchasen y supieran que su forma de vida no era correcta y que la vida
merecía la pena. Transcurrieron años y décadas pero la situación en el mundo
seguía, indiferentemente de mis esfuerzos e intentos realizados. ¿Cuál fue la
razón para ello? Yo era solo un diminuto grano de arena, una pequeña célula
dentro del organismo del universo y estaba tratando de persuadir al mundo
entero a vivir de acuerdo con mis leyes. Finalmente, luego de muchas décadas,
comprendí que la única persona en la Tierra que obstaculizaba mi trabajo era yo
mismo. La razón fue mi excesiva vanagloria y mi excesiva confianza en el hecho
que era un conocedor de toda la Verdad y podía enseñarla a otros. Mi
personalidad externa trató de hacer que todo el universo obedeciera la ley que
regula este universo. Entonces comprendí la Verdad fundamente. Y tengo que
decir que valió la pena emplear toda mi vida en la realización de esta verdad.
Es inútil y vano estipular leyes propias en el mundo sobre el cual vivimos.
Tenemos que obedecer a la Ley que fue creada en el momento mismo de origen de
nuestro universo y conforma su base. Esta ley estipula que tenemos que
renunciar a nuestro deseo de manifestarnos a nosotros mismos y a nuestro ego en
el primer plano de nuestra vida y, lo que tenemos que hacer más bien, es
realizar nuestro mejor esfuerzo por permitir que Dios se manifieste a Sí mismo
a través nuestro. Solo entonces, podremos restaurar nuestra unidad. Entonces,
estaremos facultados para participar en la realización del plan Divino para
este Universo. Esta es la tarea y el trabajo que cada persona debe cumplir. Esa
es la razón por la cual esta tarea es la más importante y su cumplimentación
debe convertirse en el sentido de búsqueda de vuestra vida pero no pueden
encontrar más allá de sí mismos. Este es el fruto de mi pensamiento durante mi
vida terrenal y se los transfiero a ustedes. Pero no puedo hacerles comer de
este fruto. Ustedes deberán hacerlo por sí mismos. Nadie más que ustedes pueden
hacer este trabajo sobre sí mismos. Ahora, debo dejarlos. Espero haberles
ofrecido una reflexión sobre la dirección correcta.
YO SOY Confucio.
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